En la Alta Edad Media, los monasterios fueron los grandes productores de libros, imprescindibles en la vida monacal. Las copias de textos antiguos, esenciales para la formación espiritual de los monjes, así como los libros litúrgicos, copaban sus bibliotecas.
En un principio, los manuscritos carecían de imágenes; sin embargo, en el transcurrir del medioevo se fueron incorporando. En innumerables ocasiones ejercían una función práctica, ayudaban a estructurar internamente el manuscrito, indicaban el inicio de los capítulos o remarcaban los textos relevantes. Asimismo, desempeñaban una acción didáctica ayudando a la comprensión lectora e incluso, algunas de ellas, constituían por si mismas auténticos comentarios visuales, enriqueciendo sustancialmente los textos.
A finales del siglo XII surge una modalidad diferente de libros cuya finalidad es exclusivamente contemplativa. La Biblia en imágenes constituye un claro ejemplo. En este caso, el texto cumple exclusivamente una función aclaratoria de la imagen.
A veces, alguna de las imágenes incluidas en estos libros miniados se convertía en auténtico objeto de culto sustituyendo al objeto sagrado. Por ejemplo, en algunos misales, en el canon de la misa se introducía una imagen de la Crucifixión que era venerada por los feligreses.
Si bien en este periodo la producción y la iluminación de libros continúa asociada a los monasterios, la alta demanda motivada por la aparición de las universidades y una clase social dominante que utiliza los libros miniados como símbolo de poder hacen que prolifere el número de talleres laicos que se dedican a ello.
Salterios, biblias, cantorales y los prestigiosos libros de horas fueron los encargos más recurrentes. La monarquía, la Iglesia, los banqueros y comerciantes eran sus promotores. Los libros concebidos en origen para un uso doctrinal son utilizados por los poderosos como herramientas para demostrar su hegemonía. La palabra divina y todo el conocimiento del ser humano se atesoraba entre sus páginas.
Un mundo plagado de imágenes exquisitas, ejecutadas en muchas ocasiones por los artistas más prestigiosos del momento, invade los folios de estos ejemplares.
Una gran cantidad de preciados manuscritos, de gran valor documental y con una rica iluminación, se produjeron hasta el siglo XVI. Con la llegada de la imprenta y el final de la Edad Media su producción se vio reducida de manera considerable.
En la actualidad, los manuscritos miniados son reconocidos como auténticas y delicadas obras de arte. Este hecho se deriva de la trascendencia que tuvieron entre los siglos VI y XVI.
Sin lugar a duda, los libros miniados constituyen un valioso y fiel testimonio de una de las épocas más fascinantes y atrayentes de la historia.
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