
«Quién no sabe escribir cree que esta labor no cuesta trabajo. Pues, para que te enteres, voy a detallarte lo que lleva consigo la profesión del copista: los ojos se vuelven cegatos, las espaldas crean joroba, las costillas se quiebran, el vientre se hincha, los riñones queman de dolor, y todo el cuerpo queda como apaleado. Por tanto, amigo lector, vuelve despacio los folios; no toques los renglones con los dedos, porque, como un turbión de granizo arrasa las cosechas, peor es el paso de un lector desaprensivo sobre códices y escrituras. La labor del copista es recreo para el lector: a éste le enriquece la mente, pero a aquél le tritura los huesos”
FLORENCIO. Miniaturista. Año 960
La Edad Media en general, y los códices medievales en particular, han sido durante décadas, fuente de inspiración para la literatura y el cine.
Esto ha hecho que un halo de misterio rodee todo lo relacionado con esta fascinante época histórica. En el imaginario colectivo se encuentran escenas de afanados monjes, escribiendo sobre pergaminos que encierran mensajes ocultos y protegen con celo, incluso con riesgo de su propia vida. El Nombre de la Rosa, novela del reconocido escritor Umberto Eco, es claro ejemplo de ello.
A través de los códices medievales que han llegado a nuestros días se puede abrir una ventana a los scriptorium (literalmente “un lugar para escribir) en los que vieron la luz, y así conocer todo su proceso de elaboración.
Dicha elaboración constituía un arduo trabajo en el que intervenían numerosos escribas y artesanos y que requería una importante inversión, tanto de medios materiales como de tiempo. Varios meses e incluso años se necesitaban para confeccionarlos.
Por lo general, el soporte elegido para la realización de los códices era el pergamino, esto garantizaba su resistencia, a la vez que facilitaba la labor del copista. Las pieles, generalmente de ternera, se sometían a un proceso de maceración en cal durante varios días, pasando después al proceso de tensado y de raspado para eliminar los rastros de pelo, y el lijado o pulimentación con yeso y piedra pómez.
El pergamino se recortaba en piezas rectangulares que, a su vez, se doblaban por la mitad formando los bifolios; la unión de varios bifolios formaba los cuadernos. Esto permitía constituir el armazón del códice.
Una vez logrado el mencionado armazón, se determinaba cuál sería la superficie de la página destinada a la escritura y a las imágenes, y cuál quedaría en blanco. Se decidían los márgenes, y el formato del texto (en una, dos o más columnas). A través de unas pequeñas incisiones, realizadas con el extremo de una navaja, se plasmaba la configuración de la página diseñada, es decir, se marcaban los lugares destinados para el texto y las imágenes, así como los espacios en blanco. Finalmente, se trazaban unas líneas auxiliares que permitían al copista escribir sin torcerse.
De esta forma, cada una de las páginas del códice quedaban perfectamente estructuradas. A partir de ese momento, el copista ya podía iniciar su trabajo.
El escriba debía de tener la habilidad suficiente para que los caracteres gráficos fueran legibles y armoniosos. Además, las condiciones ambientales (luz, asiento, etc), las tintas y el utillaje empleado (plumas), determinaban la calidad final del códice.
La pluma, un raspador y la tinta era lo que los monjes necesitaban para llevar a cabo su labor; con una mano sujetaban la pluma y con la otra el raspador, utilizado para corregir pequeños errores en el trazo, así como para alisar las imperfecciones de las páginas.
La parte del texto en escritura ordinaria, realizada en tinta negra, se copiaba en primer lugar, dejando en blanco los espacios reservados para los títulos, los epígrafes o las iniciales, así como para las miniaturas. Estos últimos elementos forman parte del proceso de iluminación del códice. A veces, era el propio copista el que llevaba a cabo esta labor pero en muchas ocasiones se encomendaba a especialistas, esto dependía de la complejidad de los elementos a ejecutar.
Posteriormente, se cotejaba el modelo con la copia efectuada con el fin de corregir las divergencias. En algunos de los códices medievales que se conservan en la actualidad se observan raspados, superposiciones de caracteres, e incluso tachaduras.
Una vez corregidos los textos, los cuadernos se ordenaban. Para facilitar esta labor, al final de cada cuaderno se copiaban las primeras palabras del siguiente. Estas llamadas reciben el nombre de reclamo y, en muchas ocasiones, se camuflaban con cuidados elementos decorativos que contribuían al embellecimiento de la página.
Ya solo queda referirse a la última fase de la elaboración del códice: la encuadernación. El cosido de los cuadernos y la incorporación de dos tapas, que sirven de protección, forman parte de este proceso.

Finalizada la labor de los copistas y los artesanos, el códice estaba preparado para ser leído y, en muchas ocasiones, admirado. Gracias a todos ellos por contribuir a conservar gran parte de nuestra historia.
3 thoughts on “Códices medievales”
Los comentarios están cerrados.
Es cierto, los codices fueron escritos en papael de pergamino y no fue hasta llegado el Siglo XVI que fueron impresos con portada y colofon, de hecho también es cierto que algunos codices han sido inspiracion para el cine como por ejemplo » El nombre de la Rosa » Los codices eran un autentico tesoro para quien podia hacerse con ellos, por mencionar los grandes y misteriosos secretos que en ellos estan escritos tanto en la edad media como más adlante.
Ego Naarare quat Victis et Imperator vir Roma in ille Mundu Roma terra vir pupulu personaes bonum i liberum Roma regia in ille mundo in pax i in ungula Ille Imperator vir Roma Regia cum pax in Imperium Romanum. Gracias.
En los codices estaba escrito y dibujado la vida de las personas tanto del pueblo como los cortesanos y Religiosos son autenticas reliquias de admirar. Los Monges de la epoca sabian y escribian en los codices no solo en Lain, si no en Hebreo Clasico, Arameo, Acadio, Griego Clasico eran autenticos eruditos de las lenguas muertas por mencionar a los mojes Franciscanos autenticos eruditos de las lenguas Muertas. Gracias.
Como cualquier copista diria en aquellos entonces : Ego narrare quats victis et imperium romani in quats terras et mare nostrum terras et Imperator qui regia cum pax cum quats personaes bonum i liberum in terras romani.